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El enigmático vigilante del Sotavento

  • sarturovargasm
  • 25 oct 2024
  • 5 Min. de lectura

Desde la llegada de los españoles y durante la mayor parte del siglo XIX, las aguas del Golfo de México y las costas de la provincia de Veracruz, fueron consideradas como el escenario bélico por antonomasia por casi todos los estrategas y jefes militares que delinearon las políticas, estrategias, planes y proyectos para la protección del territorio de lo que hoy es México.

 

Tal idea no era gratuita, ya que desde las primeras décadas del periodo colonial las grandes potencias de aquel tiempo -Francia e Inglaterra-, que ambicionaban las inmensas riquezas que los españoles extraían de sus posesiones en el Nuevo Mundo, fomentaron la piratería y el corso, ante la imposibilidad de realizar un ataque directo al virreinato mexicano.

 

En consecuencia, durante los siglos XVI y XVII, ciudades como Veracruz (1568, 1683), Tuxpan (1678) y Campeche (1597, 1633, 1663, 1664, 1667, 1670 y 1685) sufrieron el brutal ataque de algunos de los más conspicuos “perros de mar” de la época, quienes merodeaban constantemente en el litoral novohispano en busca de una oportunidad para incursionar en tierra firme, y sobre todo, para apoderarse de algunas de las numerosas embarcaciones de la flota de Indias que cargadas con plata y otros productos y mercancías, salían de Veracruz con dirección a La Habana.

 

Ya en las primeras décadas del siglo XVIII, gracias a los acuerdos alcanzados entre ingleses, franceses y españoles, la piratería y el corso quedaron finalmente excluidos de cualquier tipo de consideración por parte de las armadas europeas, por lo que muy pronto estos personajes se vieron sometidos a una persecución implacable que años más tarde los obligó a huir a otros mares para salvar sus vidas.

 

No obstante, esto no significó que se alcanzara la paz en la región, pues a mediados del siglo XVIII, la enconada rivalidad entre Inglaterra y Francia derivó en un conflicto bélico en una escala nunca vista en América: la Guerra de los Siete Años, conflagración a la que poco después se vio arrastrada España, atada a la monarquía francesa en virtud del Tercer Pacto de Familia.

 

Como es sabido, gracias a sus enormes recursos fiscales -y al poderío de su flota, que ya presagiaba el lugar que ocuparían los británicos como la mayor potencia naval del mundo-, los ingleses vencieron sin demasiadas dificultades a las dos potencias borbónicas, arrojando a Francia de lo que hoy es Canadá y apoderándose en 1762 de La Habana y Filipinas, dos de los puertos más importante del imperio de Carlos III.

 

Si bien gracias a la Paz de París la Corona española consiguió la devolución de ambas plazas, su aplastante derrota en esta confrontación dejó en claro su situación de inferioridad ante los británicos, por lo que a partir de ese momento los españoles buscaron reforzar las defensas de sus territorios americanos, especialmente las del puerto de Veracruz, “llave” de entrada a la más valiosa de sus posesiones en el Nuevo Mundo.

 

En consecuencia, se plantearon diversos proyectos de fortificación para la plaza veracruzana y las costas circunvecinas, entre los cuales destacan los elaborados para la protección de la punta de Antón Lizardo, localidad situada a corta distancia de Veracruz, cuyo fondeadero permitía el paso de grandes embarcaciones de guerra, lo que hacía de este lugar una posición de enorme importancia estratégica en caso de una incursión enemiga al virreinato.

 

Por tanto, durante los años siguientes, los ingenieros al servicio del rey elaboraron múltiples propuestas para la construcción de varias obras de defensa e instalaciones militares de diversos tipos en Antón Lizardo, muchas de los cuales podemos conocer gracias a los numerosos planos que hoy podemos apreciar en distintos repositorios documentales de México y España.

 

El reducto de Antón Lizardo ¿fortificación colonial o decimonónica?

Cabe señalar que la existencia de este vasto repertorio iconográfico ha tenido como consecuencia que en la actualidad, la gran mayoría de los investigadores que se han abocado al estudio del bastión de Antón Lizardo, coincidan en afirmar que la edificación de este inmueble se realizó en algún momento del periodo colonial, e incluso, haya quien asegure que el edificio fue construido por el propio Antón Lizardo, personaje que de acuerdo con José Peña Fentanes, vivió en el siglo XVI.

 

Al respecto, hay que mencionar que además de los planos antes mencionados, esta hipótesis parece apuntalarse con lo dicho por ciertos autores decimonónicos como Miguel Lerdo de Tejada y Manuel Rivera Cambas, quienes afirmaron que este reducto se construyó en el último tercio del siglo XVIII, así como por la existencia de un mapa hecho por Juan Alfaro, en el que se aprecia la existencia de un bastión en la zona.

 

No obstante, es posible señalar que lo dicho por Rivera y Lerdo debe matizarse, pues según parece, su afirmación está basada en lo escrito años antes por otro autor, a quien muy posiblemente malinterpretaron. En cuanto al mapa de Alfaro, cabe decir que en efecto, se tiene constancia de la construcción de algunas obras de defensa en la punta de Antón Lizardo que sin embargo, es poco probable que correspondan a la fortificación actual, sino más bien a pequeñas baterías y alojamientos para la tropa.

 

Por otra parte, hay que señalar que en los distintos recuentos de las fortificaciones y edificios militares existentes en Veracruz y las costas colaterales realizados en 1769, 1771, 1776, 1779, 1783, 1786, 1807, 1815, 1818 y 1824 por algunos de los ingenieros y jefes militares destacados en la región, no hay mención alguna de la presencia de una fortaleza en Antón Lizardo, lo que parece confirmarse con lo asentado en el último de tales informes, en el que se específicamente se recomienda la construcción de una serie de obras de defensa en la zona, la cual juzga como ideal para el desembarco de un ejército enemigo.

 

Como colofón, es preciso decir que tras la Independencia de Texas -y ante la inminencia de una guerra con los Estados Unidos-, el gobierno mexicano ordenó en 1837 que se tomaran las providencias necesarias para fortificar algunos puntos del litoral veracruzano que se pensaba, eran los más susceptibles de ser atacados por los norteamericanos, como Coatzacoalcos, Mocambo, Tuxpan, Alvarado, la Isla de Sacrificios y Antón Lizardo, lo que refuerza la hipótesis de que hasta esa fecha no existía en este sitio reducto alguno.

 

Más allá de la discusión respecto de la autoría y el periodo constructivo de este inmueble, lo cierto es que hoy en día este reducto presenta un importante deterioro que hace peligrar su existencia futura, situación que se agrava debido al evidente desinterés de los tres niveles de gobierno y de la sociedad respecto de su cuidado y recuperación, pese a que por su relevancia histórica, constituye un bien patrimonial con amplias posibilidades para convertirse en un recurso cultural de primer orden que pudiera contribuir al desarrollo social y económico de los habitantes de la zona, tal como lo ha dejado entrever el interesante proyecto de rehabilitación del edificio propuesto por el Mtro. Israel Cano Anzures, mismo que hasta la fecha, lamentablemente no ha sido debidamente valorado.

 
 
 

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