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Génesis del sistema caminero de la provincia de Veracruz

  • sarturovargasm
  • 11 oct 2024
  • 2 Min. de lectura

Mucho antes de la llegada de los europeos al Nuevo Mundo, diversos grupos humanos recorrieron el territorio que actualmente constituye México, en donde se asentaron y florecieron con una enorme variedad de lenguas, creencias y formas de organización social. Como lo señala Carrasco, estas comunidades tuvieron un desarrollo dispar, como resultado de las posibilidades y limitaciones que les ofrecía –o imponía– el medio geográfico en el cual se desarrollaron (Carrasco, 1981: 168).


Así, a lo largo y ancho del vasto territorio que sería la Nueva España se desarrollaron numerosos núcleos urbanos autosuficientes, en algunas ocasiones distantes unos de otros, pero que con el paso del tiempo estimularon la conformación de circuitos económicos regionales, lo que a su vez fomentó la aparición de pasos o veredas por donde circulaban los tamemes que transportaban las mercancías (Escalante Gonzalbo, 2006: 27).


Tras la llegada de los españoles, estos recorridos fueron utilizados por las autoridades novohispanas para diseñar las vías de comunicación del virreinato (Florescano, 1987: 15). Así, los colonizadores ajustaron y mejoraron los trayectos preexistentes, nivelaron los suelos y construyeron calzadas y puentes para facilitar la circulación de las recuas de mulas y carretas rudimentarias, aptas para las difíciles condiciones de aquellos terrenos (Valle Pavón, 2007: 8).


Por este motivo, la Corona limitó el comercio con América al puerto de Sevilla (luego al de Cádiz), de donde partían los convoyes que integraban la Ruta de Indias, conformada por los “galeones de Tierra Firme”, cuyos puntos de llegada eran Cartagena de Indias y Portobelo, y la “flota de la Nueva España”, que se dirigía a Veracruz (Soto Mantecón, 1996: 20-21).


Chaunu enfatizó la importancia del puerto de Veracruz en el contexto de la economía europea de finales del siglo XVI y principios del XVII, como un elemento fundamental de lo que denominó el Atlántico de Sevilla: la península Ibérica y, en segundo plano, la Europa occidental y sus linderos en el Mediterráneo, Asia y África; el vasto espacio «disperso y difuso» de las islas del Atlántico oriental y occidental; y el «continente americano de las mesetas indias […] siempre inmensas, sus ciudades, sus minas»; en ese marco, México «es casi la mitad de un continente, y para el Atlántico de Sevilla […] México es Veracruz» (Chaunu, 1960: 521-522).

 
 
 

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